¿No será ya hora de sustituir el modelo educativo asiático de las artes marciales con el modelo occidental?

 


 

“Tradicional” no significa necesariamente “mejor”.
 
“Asiático” no significa necesariamente “superior”. “Occidental” no equivale necesariamente a “inferior”.
 
Las artes marciales asiáticas supuestamente tuvieron su origen mas antiguo en la India, según cuenta la leyenda.
 
De allí pasaron a China, al legendario monasterio Shaolín, donde los monjes chinos las modificaron y adaptaron a su físico, su idiosincracia, a sus necesidades y a la filosofía budista.
 
Del Shaolin las artes marciales se extendieron por toda China y Asia. En cada lugar, el pueblo las modificó a su gusto y para sus propios objetivos, tanto físicos como mentales. 
 
También se les añadieron ideologías basadas en la religión y filosofías locales, como confucionismo, taoísmo y shintoísmo.
 
Cuando llegaron a Okinawa, las artes marciales chinas también fueron modificadas por los okinawenses. 
 
De allí nacieron los estilos de karate de Okinawa, como Shorin-Ryu, Goju-Ryu, Uechi-Ryu, Isshin-Ryu, etc.
 
Al pasar a la isla principal de Japón, de nuevo el karate fue modificado y cambiado y adaptado. De allí vienen los estilos japoneses como Shotokan, Sh ito-Ryu, Wado-Ryu, Kyokushinkai, etc.
 
Igual ocurrió cuando el karate y otras artes marciales japonesas y chinas pasaron a Corea y se convirtieron en Tang Soo Do, en Taekwondo, en Hapkido, y en todos sus derivados.
 
Cada pueblo adapta las artes marciales a sus necesidades y gustos.
 
Los okinawenses cambiaron el arte que heredaron de China porque los okinawenses no son chinos.
Los japoneses no son (todos) okinawenses, por eso también cambiaron el karate que heredaron de Okinawa.
 
Sin embargo, pese a que hoy en día las artes marciales ya son internacionales, los occidentales siguen empeñados en seguir al pie de la letra la misma metodología, filosofía, cultura, y etiqueta que aprendieron de sus maestros asiáticos, tal cual.
 
Recordemos que ni Sokon Matsumura, ni Anko Itosu, ni Anko Azato (precursores del karate Shorin-Ryu), ni Kanryo Higaonna, ni Chojun Miyagi (fundador de Goju-Ryu), ni Kenwa Mabuni (fundador de Shto-Ryu), ni Masutatsu Oyama (fundador de Kyokushin), ni Morihei Ueshiba (fundador del Aikido), ni ninguno de los otros grandes maestros de karate y artes marciales del pasado tuvieron estudios de pedagogía o de ciencias de la educación. Fueron 100% empíricos.
 
Jigoro Kano, fundador del Judo, y Gichin Funakoshi, fundador de Shotokan, sí tuvieron formación académica y fueron profesores.
 
Pero lo fueron en el siglo 19, hace mas de siglo y medio. 
 
La pedagogía y las ciencias de la educación ya han avanzado bastante desde entonces.
 
No tenemos nada en contra de la cultura asiática, al contrario: nos consideramos fanáticos de ella, japanófilos para más señas.
 
La cultura asiática tiene sus indudables virtudes, falta más.
 
Pero no es perfecta.
 
A los pueblos asiáticos les sirvió la cultura y filosofías basadas en el confucionismo/budismo/taoismo, que tiene muchas cosas positivas, pero que también se enfoca en una adoración y sometimiento casi fanáticos a la autoridad, y ve con malos ojos el cuestionamiento y el análisis abierto.
 
De hecho, esto ha sido la principal causa del dogma, el cultismo, la mitificación que prevalece en la mayoría de las artes marciales.
 
Y la realidad es que nosotros, la inmensa mayoría de los practicantes de artes marciales en el mundo, no somos asiáticos, ni confucionistas, ni budistas, ni taoistas.
 
Por todo esto, ¿no será hora de que nosotros también adaptemos la metodología educativa de las artes marciales.
 
El modelo educativo occidental, basado en la cultura griega, romana y europea/americana también tiene sus virtudes.
 
¿Por qué no en lugar de calcar (mal) los métodos de enseñanza asiáticos, mejor tomamos lo mejor de ellos y lo mezclamos con lo mejor de los métodos de enseñanza occidentales, para fortalecer y modernizar la enseñanza de las artes marciales?
 
De nuevo recordemos: “tradicional” no significa necesariamente “mejor”.
 

 

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